De la literatura en África

 

Alícia Gili Abad
Centre d’Estudis Africans

Cuando me plantearon desde el Centre d’Estudis Africans (CEA) hablar de cómo “me había influido África y qué me había llevado a escribir tanto académicamente como de ficción sobre temáticas africanas”,  rápidamente tuve un problema, porqué no sabía muy bien dónde acababa y dónde empezaba este deleite.

Mucha gente me explica, y yo también lo podría hacer, que aquel primer día que pusiste el pie en un país africano y sentiste los olores, percibiste los sonidos o viste los colores ya quedaste enamorado por siempre jamás del continente africano, tan grande como diferente. Y no lo negaré, es verdad. La primera vez que fui a Tanzania, quedé alucinada y todos los estereotipos, mitos y mundos felices que te aportaba el África estética de la gente, las lenguas, las historias, la oralidad, la música y la danza quedaron fijados a la retina de la memoria, y allí se han quedado muy asentados a pesar de que la realidad cotidiana del trabajo sobre el terreno a menudo te recuerden que los mundos felices no existen ni en África.

Pasarse casi diez años en el Centre d’Estudis Africans entre africanistas tampoco es ninguna casualidad a la hora de escribir sobre África, evidentemente. En el CEA había especialmente dos tipos de africanistas, los que tenían obstinación por el objeto de estudio, y los que preferían compartirlo aunque se diluyera un poco por el camino. Yo, que soy de probarlo todo, quedé un poco a ambos lados de la línea, me gustaba África cómo todo un sí, como un objeto de gente, lenguas, leyendas, lugares que diseccionar, y conocer. La mirada era lo que más me atraía. Mi mirada inquisidora se fijó pronto en la mirada de viajeros, exploradores, pero también en la mirada del cine y la literatura occidental y de aquí podríamos decir que surgieron algunos artículos más académicos que se publicaron en Nova Africa o en Studia Africana, o en las colecciones de la editorial Bellaterra junto con otros compañeros del CEA y algunos programas radiofónicos de viajes.

Pero, a su vez, compartir aquella imagen idealizada de África que a menudo era una mezcla entre lo que existía, y lo que yo quería ver, rápidamente me llevó a usar la escritura más para sensibilizar, cambiar la imagen de África, y romper estereotipos, creando de nuevos (influenciada por aquel mundo feliz que tenía a la cabeza) que no a investigar y continuar por la veta más académica.

El primer hijo de esta obsesión fue Wakati Ujau, que conjuntamente con otros compañeros del CEA fue una exposición, pero también fue un cómic que, con dibujos de Santos de Veracruz y guión de Miquel Rodríguez y mío, vio la luz hacia el año 1999. Ya entonces me empiezo a decantar por usar la escritura como fórmula comunicativa con la gente joven, para romper estereotipos o mejor dicho, crear de nuevos, positivitzar la imagen de África entre los más jóvenes.

Y es al recordar este momento, donde empiezo a usar la literatura de aventuras como herramienta para romper prejuicios entre los chicos y chicas catalanes de 12 a 16 años, cuando me doy cuenta que en realidad mi imagen de África no nace cuando hago la primera asignatura de Historia de África a la Universidad, o cuando empiezo a trabajar en los grupos de estudios del Centre d’Estudis Africans ni siquiera cuando por primera vez pisé África. Porque mi imagen de África, esta África mítica, legendaria, idílica había nacido cuando era muy pequeña y mi padre me hacía leer Salgari, Verne, London Haggard o Burroughs. Mi obsesión por África nace porque mi padre ya era uno enamorado de África y nos transmitió esta obsesión, cada cual a su manera, a todos los hermanos. O sea que al final no es África quién me trae a la literatura, sino al revés, la literatura me trajo a África.

De aquí surgirán los primeros talleres dirigidos ya exclusivamente a un público joven, tanto en el Centre d’Estudis Africans cómo después en la Fundación Akwaba y en Contamínate de África, donde usaríamos la literatura clásica de aventuras y el cine heredero de esta literatura para romper estereotipos, para mostrar una imagen diferente del continente negro.

La antropología ha llegado a considerar que los estereotipos han jugado dentro de la historia de la colonización un papel muy importante y que los siguen jugando hoy en día con la imagen que tenemos de los países africanos. Una rama de la literatura comparada, la imageonología, intenta medir la importancia de este impacto. Y si en un inicio el análisis era desde la semiología, hoy en día el análisis iconológico e iconográfico toma fuerza ante nuevos formatos donde se representa la imagen del negro: la televisión, el cine y los recursos multimedia.

Esta disciplina de estudio, la imageniología, denuncia que estos estereotipos simplifican y deforman la realidad hasta la caricatura y son origen de incomprensión y malentendidos entre nosotros y los otros. (Xavier Pèron, 1994)

La mayor parte de los libros de aventuras, desde “Tarzán” a “Tintín en el Congo” o las películas desde “George de la Jungla” a “Ace Aventura en África” que podemos ver hoy en día muestran nulo o escaso respeto por las sociedades africanas e incluso se burlan de sus costumbres. Se atribuye a los africanos escasa capacidad mental, incapaces de aprender y de gobernar sus propios territorios.

África es un continente exótico donde los europeos pueden realizar sus aventuras. Se sigue mostrando una prepotencia y supuesta superioridad de los blancos sobre los africanos. Los protagonistas blancos solucionan los problemas de los africanos sin los cuales serían incapaces de solucionarlos. Las películas con mensaje ecológico son todavía más paternalistas y justificadoras de la injerencia porque se suele subordinar a los africanos la supervivencia de la fauna africana.

Normalmente, se tiene escaso o nulo interés por ubicar, geográficamente o históricamente el lugar donde transcurre la acción y esto da mayor libertad al realizador para inventar. Es preocupante que la mayoría de estas películas de gran audiencia estén destinadas a un público infantil y juvenil. A pesar de todo hay películas de autor, que pretenden luchar contra estos estereotipos, con mayor o menor fortuna, o que como mínimo muestran un interés para mostrar una representación respetuosa y cuidadosa de las sociedades africanas.

Y es aquí donde a menudo con el lenguaje académico se hace difícil de hacer comprender las realidades sobre el continente africano a la gente joven, en aulas masificadas, donde los estereotipos de los adultos crean dificultades de convivencia entre jóvenes que cada vez viven una realidad más multicultural. Donde el profesorado se ve muchas veces abrumado por la realidad de barrios receptores de inmigración con un 50% e incluso un 65% por cierto de chavales por clase de otras nacionalidades. La educación en la cultura de paz y de convivencia no sólo se hace necesaria sino ineludible durante toda la década de los 90 y los 2000. Y así nacen, no sólo en las entidades donde yo he trabajado si no en general en todas las entidades catalanas que trabajan desde esta perspectiva, una serie de talleres que nos acercan a las realidades del continente africano y que nos permiten de forma didáctica y lúdica acercarnos a una realidad desconocida. Se convierten en una herramienta de sensibilización para conocer realidades a menudo olvidadas o alejadas de los medios de comunicación y en un arma que te invitan a actuar, a reaccionar, a hacer oír tu propia voz.

Es en este contexto —trabajando en la Fundación Akwaba, en el barrio de Collblanc, con una realidad multicultural no sólo en la escuela, sino en los bloques de vecinos, las plazas y parques, o los campos de deportes— donde surge mi segunda incursión literaria en la temática africana de ficción.

Hacía poco había conseguido publicar, junto a Sílvia Romero, Iskander, Un viatge a la màgia dels llibres (Lleida, 2008), donde ya se veía la vena didáctica de las dos, pues a través de una novela de aventuras y fantasía invitábamos a la gente joven a repasar algunos de los títulos de la literatura clásica universal y, especialmente, catalana. ¿Y porqué os explico esto? Por dos razones.

Porque, por un lado, cuando hablamos que África nos invita, nos influye y nos trae a escribir a menudo el resultado no es para hablar directamente del continente negro, sino que su influencia impregna todo lo que escribimos, y hablando de forma llana, mis extraterrestres acostumbran a tener costumbres muy similares a los masais, las ciudades de un planeta lejano se asemejan a Bouaké, y los paisajes fantásticos llenos de dragones tienen unas similitudes muy grandes con la sabana africana. Y a menudo ni nos damos cuenta hasta que alguien te lo hace evidente con la pregunta aquella de, ¿cómo ha influenciado África en tu novela?

Y, por otro lado, porque las dos obras más directamente referidas a la realidad africana no hubieran sido posibles sin la vinculación literaria con Sílvia Romero.

En estos años trabajaba en la Fundación Akwaba, que desde su creación había tenido dos líneas de trabajo: la sensibilización y el trabajo en cultura de la paz y en la resolución de conflictos en un barrio destinatario de inmigración como era Collblanc-La Torrassa, y el trabajo de cooperación sanitaria y educativa en proyectos sobre el terreno en Bouaké, Costa de Marfil.

Costa de Marfil es un país con mucha costa, tierra muy rica, ríos, montañas y zonas desérticas en el interior, lo cual le ha permitido poder tener una economía fuerte con madera de teka, minerales, pero sobre todo el que denominan Oro Verde, el cacao, que se vende en los mercados europeos a precios tan exorbitantes como el petróleo. Es por ese motivo que Costa de Marfil llegó a ser un país muy rico y estable. Pero el dinero no era repartido justamente, el poder político y económico estaba, como pasa a menudo, en manos de pocos y en manos de empresas extranjeras. La mayor parte del cacao pertenecía a empresas europeas, y no marfileñas. Esto provocó enormes diferencias sociales y muchos problemas económicos y políticos dentro del país, y fuera, con Europa.

La riqueza marfileña atrajo muchos inmigrantes de los países de los alrededores que venían a trabajar. Abuelos, padres e hijos ya habían nacido allí y, a pesar de esto, aún no tenían la nacionalidad marfileña. Los primeros conflictos nacieron porque los políticos marfileños querían negar el acceso al poder a los políticos que no habían nacido de madre y padre marfileños. Esto llevó a un golpe de Estado y un movimiento rebelde que no consiguió el poder, pero que dividió el país en dos: las fuerzas gubernamentales al sur y las fuerzas rebeldes al norte, muchas veces apoyados unos y otros por poderes e intereses extranjeros. Desde entonces y hasta el 2007, encontramos los rebeldes en el norte, los gubernamentales al sur, y las fuerzas de la ONU y francesas en medio intentando contener el conflicto. Y mientras políticos, empresas y grandes instituciones se pelean por el dinero, el cacao y el poder, a la gente normal le toca sufrir la violencia de un país en armas.

Los números sobre el cacao son agobiantes. Costa de Marfil es el primer productor de cacao del mundo, con el 43% de la producción mundial. El FMI impulsó programas de ajuste estructural con políticas de exportación brutal para asegurar el modelo neocolonial de la Suiza africana provocando la especulación y el beneficio de los monopolios. El FMI promovió la liberalización total del mercado provocando la desprotección total de más de 1,2 millones de familias que viven exclusivamente del cacao. Al iniciarse la guerra, pero, el FMI se desentendió del país por inestable.

El caso es que unas pocas compañías de manipulación de cacao (Guttard Chocolate Company, Nestlé o Lindt, entre otras) controlan el 80% de la distribución del cacao en Europa y EEUU.

El 68% de la población en Costa de Marfil vive de la agricultura y el 55% de la población está por debajo del umbral de la pobreza. El cacao es el único medio de subsistencia de más de 800.000 familias. La producción tiene unos costes del 85%, y la rentabilidad está en la manipulación controlada exclusivamente por los monopolios europeos1.

La guerra en Costa de Marfil ha tenido mucho que ver con el cacao y el cacao con la guerra. Las políticas para acabar con los monopolios europeos del gobierno marfileño, como el cacao, fueron uno de los detonantes de una guerra civil manipulada y abonada por los intereses económicos.

¿Y quién ha sufrido más las consecuencias? Los niños. Porque los más vulnerables son los más proclives a recibir los batacazos de los poderosos. Y en un conflicto todo aquel que tiene un arma es el poderoso.

Es en este contexto que los proyectos que lleva a cabo la Fundación Akwaba junto con la Unicef en Bouaké con la infancia tienen como principal objetivo la vulneración de los derechos de infancia durante el conflicto, especialmente entre los niños soldados, con programas de desmovilización de niños y niñas soldados entre los rebeldes.

El proyecto tiene una vertiente importante de recuperar y reintroducir en la familia y entorno social a niños que de una forma u otra han sido maltratados o se han convertido en maltratadores durante el conflicto. Es por eso que pedagogos y psicólogos del proyecto a menudo usaban el dibujo como forma de expresar hechos, acontecimientos y sentimientos que a los chicos y chicas les era difícil de explicar de otro modo. Estos dibujos, a menudo aterradores, explicaban el conflicto entre la población civil mucho mejor que la mayoría de medios de comunicación, que hacía tiempo que habían olvidado un conflicto, largo y lejano, y que en Cataluña no tenía el más leve interés mediático. De aquí nació la campaña de la Fundació Akwaba sobre los conflictos olvidados: “¿Y después de la guerra qué?”

Como decía, estos dibujos eran sobrecogedores, y desde el primer momento, las educadoras de la Fundació Akwaba pensamos que serían una buena herramienta de sensibilización, de trabajo sobre los derechos de los niños y niñas a nuestras aulas y dar a conocer la realidad de uno de los muchos conflictos olvidados. De aquí nacieron con colaboración con los educadores de Foundation Akwaba Bouake diferentes materiales didácticos para trabajar con los chicos y chicas en las escuelas, y entre ellos: Juegos de guerra, cosa de niños.

Juegos de guerra, cosa de niños fue un libro pensado y creado específicamente por la campaña de sensibilización y de educación en valores y educación en la paz. A partir de los dibujos hechos en la casa de acogida de Gonfreville por los niños, chicos y chicas sobre su situación en el conflicto, y conjuntamente con Sílvia Romero hicimos un libro de cuentos y poemas, cada uno de los cuales basado en uno de los dibujos que nos habían hecho llegar los educadores de Gonfreville. La idea junto con toda la campaña “¿Y después de la guerra qué?” era hacer llegar y dar a conocer la vulneración de los derechos de los niños dentro de un conflicto armado y, especialmente, en un conflicto de aquel tipo que nadie conocía o recordaba.

Desde que, en septiembre del 2002, estalló el conflicto en Costa de Marfil, la Fundació Akwaba trabajó para mejorar las condiciones de niños, niñas y mujeres durante el conflicto en una casa de acogida en Gonfreville, que junto con Unicef hemos acogido a todos los niños y niñas que se han visto afectados por el conflicto.

Bouaké, la ciudad donde la fundación estuvo trabajando con los niños y niñas soldados, está situada en el centro norte de Costa de Marfil y ha sido una de las poblaciones más afectadas por el conflicto armado. Hasta prácticamente las elecciones de diciembre de 2010, que reabrieron el conflicto, Bouaké fue ocupada por los soldados rebeldes. Muchos niños y niñas fueron obligados a hacer de soldados con las fuerzas rebeldes. Otros, que habían perdido sus casas, o su familia, iban a hacer de soldado para poder comer y tener una casa. Los chicos hacían de mensajeros, o de espías, porque son pequeños y conocen bien todos los bosques, y caminos, donde seguramente antes de la guerra iban a jugar. Las chicas hacían de cocineras, o lavaban la ropa de los soldados y a veces los soldados las obligaban a ser sus concubinas o las han obligado a prostituirse. Estos niños y niñas no eran mayores de 17 años, y muchas veces  había chicos y chicas de 10 o 12 años haciendo estas tareas.

Como que no es fácil mantener a los niños y niñas obedientes y obligarlos a hacer trabajos duros y difíciles, en muchos casos los soldados los daban drogas y alcohol para que fueran obedientes. A veces, también los pegaban o castigaban. Muchas niñas han quedado embarazadas, y a demás en algunos casos han contraído enfermedades como el sida.

Trabajar día a día con estos niños, en la casa de Gonfreville, compartir con los educadores muchas de estas situaciones, todo lo que me explicaba la gente, las entidades, la sociedad civil, todo lo que vi y palpé de aquel conflicto era sobrecogedor y después de ir por toda Cataluña de escuela en escuela, de biblioteca en biblioteca, explicando el conflicto, con actividades didácticas y de sensibilización, todavía quedaban cosas que pensaba que valía la pena explicar, transmitir. Y de aquí salió una segunda propuesta, con Sílvia Romero, de hacer una novela de este conflicto, no pensando únicamente con un público juvenil, pero sin dejar de lado el ejercicio didáctico y de sensibilización.

De aquí surgió El camí del Bandama Vermell. Es la historia de dos hermanos afectados por el conflicto. De sus terribles vivencias respectivas  tendremos conocimiento a través de la correspondencia mediante la cual ambas criaturas explican los brutales itinerarios por los caminos de una guerra que no pueden entender.

Se trata de una narración cruda, sin concesiones, la denuncia implacable de los extremos donde puede llegar la bestia humana cuando las circunstancias propician la liberación de los instintos más abyectos.

Periodistas, lectores, incluso el jurado que la premió en 2010, nos decía que era una novela terrible, sobrecogedora, difícil de leer. Difícil de leer pero por los adultos; los jóvenes en las escuelas la leían, la comentaban, y nada les parecía especialmente penetrante. Los profesores, a menudo, me decían que los chicos y chicas ya ven tanta violencia por todas partes, que nada les impresiona. Yo no tengo respuesta ante la diferente recepción de la novela pero una cosa si parecía haber cambiado del principio cuando empecé a trabajar en el Centre d’Estudis Africans, ¿mi mundo feliz había desaparecido?

Y aquí es donde África y la literatura cierran el círculo. No, el mundo feliz sigue existiendo, porque aquello que me llamaba la atención de África, su gente, sus culturas, sus lenguas, la música, la literatura, la filosofía, la diversidad, los olores, la luz, las sonrisas, todo sigue existiendo, lo veo al salir a la calle y sentarme un rato en un banco de la Plaça Espanyola de Collblanc, pero no deja de convivir con otras realidades, como la pobreza y la violencia.

Alfred Bosch lo clarificaba en el prólogo de El camí del Bandama Vermell: “¿Nos podemos creer que corten orejas y brazos, que violen y secuestren, que los combatientes y la población en general pierdan todo sentido de la decencia? ¿No hay exageración en el relato? Por lo poco que sabemos (casi ninguno de los llamados expertos africanistas no han vivido nunca una guerra en directo), las vivencias responden a episodios ciertos. El tono duro, o más bien durísimo de la historia, se parece a las experiencias que los supervivientes de conflictos africanos nos han contado.

Esto no quiere decir que toda África sea un infierno en fuego permanente. Yo mismo he atravesado por tierra todo el continente, del Cabo hasta el Cairo, sin tropezarme ni una sola imagen de violencia. Bien, miento, en Suráfrica vi dos hombres que se vapuleaban de lo lindo... los dos, blancos como la leche. Digamos de paso que las grandes guerras tribales del último siglo han sido entre tribus blancas, y que la humanidad negra tendrá que hacer grandes esfuerzos para superar el cómputo macabro de los europeos en el futuro.

Por si hay que aclararlo, pues, aclaramos que la matanza no es la norma general en África. Pero ciertamente, digámoslo también, es una excepción demasiado poco excepcional. Y justo es decir también que, a diferencia de la muerte occidental, siempre profiláctica, la muerte violenta africana es bastante rudimentaria, o si lo preferís democrática: hace daño a la mirada ver cómo matan gente a golpe de machete, pero a la vez hay que tener en cuenta que para liquidar el mismo número de personas que la bomba de Hiroshima habría que invertir una enormidad de tiempo y musculatura. Y además, hay víctimas que tienen la extraña ocurrencia de no resignarse y revolverse.”  (Alfred Bosch, 2010).

Ahora hacía tiempo que no escribía ninguna novela ni ningún cuento de temática africana, aunque seguramente los lectores sabrían ver en mis tramas de fantasía y ciencia ficción más África de la que yo misma sabría deciros. Este abril de 2014, pero, me han publicado en la revista Inédits un cuento breve y muy inverosímil históricamente, sobre los jardines zoológicos humanos de XIX, La noia vermella. Un regreso a aquella mirada orteguiana que había nacido con aquellos primeros grupos de trabajo y artículos académicos del CEA. Todo vuelve dentro de la literatura, y dentro siempre queda África.

Notas

1 Las datos son de FAO y COFACE.