El retorno de los nigerinos de Libia: impacto y consecuencias

 

Oriol Puig Cepero
Centre d’Estudis Africans

Introducción: un contexto desfavorable y la ambición de mejorar

Los flujos migratorios a través del Sahara son un fenómeno cada vez más tratado en la agenda internacional de los estados, desde una perspectiva de seguridad y contención y como consecuencia de los intereses económicos que implican.

La percepción distorsionada de una amenaza constante procedente de África hacia Europa, a través de “avalanchas” de migrantes, ha comportado el endurecimiento de las políticas migratorias, tanto en el viejo continente como en el Magreb, donde estos países trabajan ahora como “garantes” de la seguridad europea gracias a contraprestaciones comerciales y económicas.

Sin embargo, la idea predominante en el imaginario colectivo occidental sobre unos movimientos migratorios mayoritarios sur-norte es fruto, en la mayoría de ocasiones, de una irresponsabilidad creciente en los medios de comunicación y una voluntad política de las elites que los dirigen, obstinada en entorpecer derechos fundamentales garantizados, entre otros, por la Declaración de Derechos Humanos en su artículo 13.2, que establece el derecho de circulación de las personas.

En este sentido, las cifras demuestran que, a pesar de un aumento de los movimientos migratorios en las últimas décadas, tan solo el 3,1% de la población mundial es migrante (OIM, 2010) y, en el caso de las personas africanas que abandonan su país de origen, la mayor parte de ellas siguen viviendo aún en África (OCDE, 2010)1.

Por tanto, la importancia de la migración sur-sur, a menudo subestimada, configura el centro de nuestra investigación, intentando aportar luz sobre los flujos migratorios de jóvenes nigerinos que durante décadas se establecieron en Libia, a través de estancias circulares (ida-vuelta-ida) de raíz básicamente económica y que, tras el estallido del conflicto en 2011, se vieron obligados a retornar a su país de origen sin nada más que la experiencia.

De esta manera, abordamos el impacto social, económico y político en Níger derivado del retorno, así como las consecuencias psicológicas entre los migrantes tras su regreso. Lo hacemos desde un punto de vista multidisciplinar, incorporando elementos de teorías estructuralistas de la movilidad (BRACHET, 2009), pero superando al mismo tiempo las visiones neoliberales del fenómeno que entienden la migración como un acto totalmente libre e improvisado2. En este sentido, respetamos la cuestión subjetiva que empuja a la migración, sin menospreciar la intervención de factores sociales, económicos y políticos estructurales y/o coyunturales que afectan a la decisión.

En definitiva, observando el hecho “como un acto colectivo que promueve el cambio social y afecta al mismo tiempo a la sociedad de origen y de destino” (CASTLES y MILLER, 2003), procuramos reflejar una temática actual de una realidad a menudo olvidada en un país como Níger, considerado como el Estado más pobre del planeta, según el Índice de Desarrollo Humano realizado por Naciones Unidas en 2013.

El Dorado libio: antecedentes, viaje y estancia

Los movimientos migratorios de ciudadanos nigerinos hacia Libia se remontan a épocas lejanas, en una región caracterizada por la trashumancia, el nomadismo de los pastores y los intercambios caravaneros de los comerciantes tuaregs del desierto, que responden al principio elemental de “la imposibilidad de vivir en el desierto, únicamente de productos del desierto” (BOURGEOT, 1995, RETAILLÉ, 1986).

Los históricos intercambios y comercios de tuaregs con poblaciones del norte comportan el establecimiento de lazos que, a partir de la descolonización, acaban transformándose en estables y serios. De esta manera, a principios de los años 50, los jóvenes tuaregs empiezan a aprovechar los movimientos de caravanas para llegar a zonas septentrionales donde trabajar de manera temporal. Se inicia así lo que consideramos los primeros migrantes de un país a otro, teniendo en cuenta los procesos de descolonización y la composición del territorio en distintos estados independientes.

Con las sequías de los años 70 y 80, los flujos ganan en importancia y los pastores sahelianos, mayoritariamente tuaregs y tubus, al ver morir su ganado  emprenden su camino hacia Argelia y Libia (CLANET, 1981).

La independencia de Argelia y el descubrimiento y explotación de los yacimientos de petróleo –a partir de 1961– de Libia conllevan un enriquecimiento de los países y, fomentan, a su vez, los procesos migratorios. La llegada al poder de Gadafi en 1969 supone un punto de inflexión en los flujos migratorios subsaharianos, al ser utilizados como herramienta principal de sus relaciones internacionales, cambiando periódicamente de estrategia y pasando de un panarabismo cercano a Nasser, a un panafricanismo dirigido a los países subsaharianos, o lo que se considera también como pansahelismo, con una mirada dirigida especialmente a los estados del Sahel (ANTOINE, 2011; PERRIN, 2008, 2009).

En un primer momento, el dirigente libio se erige como defensor a ultranza del levantamiento de las fronteras, en el marco de su discurso antiimperialista y favorable a la unión de los pueblos del Tercer Mundo, de los cuales se considera el Guía Supremo. Es entonces cuando prueba distintas uniones con países como Egipto, Siria, Túnez o Marruecos, que acaban sin éxito en los 70.

En la década de los 80, no obstante, la explotación de las reservas abundantes de hidrocarburos se lleva a cabo a través de mano de obra extranjera no cualificada procedente básicamente de Egipto y Túnez (PERRIN, 2009). Más tarde, el embargo internacional (1992), por acusaciones de colaboración con el terrorismo internacional y una consecuente degradación de las relaciones con El Cairo, comportan un giro hacia los estados africanos, promoviendo organismos como la Comunidad de Estados Sahelianos-Saharianos (CENSAD) en 1998 o la Unión Africana en 1999, que conllevan inmediatamente la apertura de fronteras para los ciudadanos de los países sahelianos.

Este fenómeno transforma el carácter árabe de la mano de obra a favor de un perfil subsahariano de la misma, procedente de Etiopía, Somalia, Níger o Malí. Así lo corrobora, Daouda, un retornado nigerino entrevistado en Niamey tras el conflicto en Libia, al asegurar que “Gadafi impuso África a los libios, puesto que ellos se sienten más próximos a Europa que a África subsahariana”.

Gran parte de los migrantes subsaharianos se autodenominan “hijos del coronel”, como consecuencia de las “muchas cosas buenas” que Gadafi les proporcionó, según admite Abdelaziz, otro retornado nigerino encontrado en Niamey.

Este apodo, sin embargo, no impide que en 2003 Gadafi transmute nuevamente su política migratoria, en su intento de acercarse a Europa mediante el control de la migración clandestina. Con el objetivo de lograr el levantamiento de las sanciones impuestas años antes por la comunidad internacional, el coronel materializa distintos ataques jurídico-políticos contra los migrantes, que culminan en 2007 con la exigencia del visado de entrada para todos los extranjeros (excepto para los ciudadanos de Marruecos, Argelia, Túnez y Mauritania, en el marco de la Unión del Magreb Árabe, de la cual Libia forma parte), incluidos los ciudadanos subsaharianos a los que anteriormente había tendido la mano.

La firma de un acuerdo bilateral con Italia para la vigilancia de fronteras y el control de la migración irregular comporta, además, un aumento considerable de las expulsiones colectivas de subsaharianos, a través de campos de retención donde las condiciones extremas vulneran sistemáticamente los derechos humanos. (HAMMOD, 2006)

A pesar de los obstáculos en la entrada, los flujos de jóvenes nigerinos continúan llegando a Libia, con intensidad desigual según la época, pero de forma constante hasta el día de hoy, después de la guerra. El carácter irregular de los flujos y la  falta de medios de la Administración nigerina –y en parte, también de la Libia–, dificultan la estimación del número de ciudadanos nigerinos residentes en el país, aunque el especialista Emmanuel Gregoire, los cifra en unos 15.000 en 1999. Por su parte, las estadísticas libias, los enmarca como el tercer colectivo en importancia, representando el 4,4% en 2005, por detrás de sudaneses y chadianos. Los últimos datos proporcionados por el Colectivo de Repatriados Nigerinos (CORNI) los sitúa en unos 10.000, aunque muy probablemente el número sea mayor.

El perfil de migrante se basa en un hombre joven, de entre 20 y 35 años, soltero y con una educación básica, que, en ocasiones, consigue perfeccionar con especialidades técnicas, como electricista, fontanero o mecánico, durante su estancia en el país.

La migración es percibida como un fenómeno cotidiano y extendido entre las familias nigerinas, lo que facilita la partida y fomenta la decisión de los jóvenes a moverse. Habitualmente éstos escuchan las peripecias magnificadas de familiares y allegados sobre su estancia en Libia, basadas en mentiras o medias verdades, a las cuales muchos se aferran con la esperanza de mejorar su circunstancia. Así lo reconoce Daouda cuando nos relata su historia. “Te dan la esperanza de conseguir grandes salarios, que nunca podríamos tener a aquí. Dicen que ‘es el dinero fácil’, y cuando tu sueñas con tener mucho dinero, haces lo que sea para conseguirlo”, afirma.

Los flujos responden, por tanto, a causas económicas y sociales desfavorables y, en algunos casos, a la materialización de un espíritu emprendedor que, en Níger, parece condenado a la inacción. Bachir, otro retornado tras el conflicto, nos explica que “en África, cuando alguien parte, normalmente es a causa del fracaso escolar o por un problema familiar”. En su caso, admite, lo que realmente lo empujó a irse fue continuar sus estudios.

La migración de estos flujos se caracteriza por ser irregular y por un total o parcial desconocimiento de los jóvenes sobre el peligro que entraña el desierto. Los nuevos migrantes inician su ruta desde la ciudad histórica de Agadez, convertida en punto de intersección de la mayor parte de flujos migratorios de África Occidental y Central, y desde donde parten hacia Argelia, vía Arlit, o directamente cruzando la frontera libia, vía Dirkou. La segunda opción, continuando por Sebha (sur de Libia), es la mayoritaria entre los migrantes y  supone cruzar una frontera internacional en mitad del desierto. Se trata de un viaje, con tan solo una mochila, agua y mantas, puesto que “durante el día el calor asfixia y por la noche el frío estremece”, según Yahaya, retornado nigerino de Libia, en su caso, antes del conflicto. En el caso de la ruta de Argelia, el contraste térmico existe de igual manera, aunque el trayecto esconde peligros aún mayores, con el paso de dos fronteras internacionales (Argelia y Libia) y un periplo de cuatro días a pie, a través del desierto de Arlit, uno de los territorios más cálidos y arenosos del planeta.

En ambos recorridos, la muerte acecha entre los cuerpos moribundos de los migrantes, que divisan cadáveres cercanos tapados por las dunas. Los migrantes arriesgan su vida y su libertad, amenazada por posibles detenciones de la policía o de distintos grupos locales empoderados por su circunstancia. El comercio clandestino, de toda clase de mercancías, es habitual en la zona y las personas no se escapan de él. La trata humana llega en forma de prisión, a la que denominan “Gidanbashi” (o casa de crédito, en hausa), en activo en los alrededores de Sebha desde 2005 y donde los migrantes son sometidos a una compra-venta por parte de élites tubus, transportistas tuaregs y/o autoridades militares y policiales.

Al traspasar la frontera nigerina a bordo del vehículo todoterreno que les transporta, los “kamashous” o “cokseurs” (conductores, en hausa), los venden a la mafia tubu, que estipula un precio para cada uno. Para lograr su libertad, los migrantes podrán abonar la cantidad en forma trabajo, o bien, pidiendo dinero a algún familiar residente en Libia. Irou, tras pasar dos semanas en el Gidanbashi, nos explica su funcionamiento. “Se trata de villas con habitaciones separadas donde encierran a la gente y donde te explican que debes pagar un precio para salir. Es la esclavitud. Te pegan sin contemplación y los trabajos que debemos hacer son de perros. Si no puedes hacerlos, no dudan en matarte y algunos que han intentando huir, han sido asesinados”, afirma.

Los afortunados que superan el Gidabanshi continúan su camino hasta Trípoli, donde la mayoría de nigerinos recala, en un primer momento, en casas de familiares o amigos ya instalados o en los “ghettos”, distintas residencias de un grupo de personas que tiene en común la nacionalidad, la etnia o la lengua (BRACHET, 2009a).

Algunos llegan a Libia con el objetivo de continuar su travesía hacia Europa, pero pronto chocan con la realidad y asumen la premisa que precede muchos intentos fallidos de otros compatriotas, resumida en la expresión “Libia kama turé” o “Libia como Europa”.

Como mano de obra no cualificada, los nigerinos se ganan la vida, principalmente, en el sector de la construcción, en empresas subsidiarias de grandes infraestructuras relacionados con la explotación de los hidrocarburos o en el sector público, donde a menudo consiguen empleos de basurero en los ayuntamientos. La falta de documentación conlleva una vulneración de sus derechos laborales y, por tanto, las jornadas devienen interminables y agotadoras, aunque son aprovechadas para reunir la mayor cantidad posible de dinero para enviarlo a Níger en forma de remesa.

La vida de los nigerinos en Libia se reduce al ámbito laboral y al colectivo de compatriotas residente en el país. La interacción con la sociedad autóctona es casi inexistente y tan solo se produce en encuentros puntuales, en la mezquita o el mercado, donde el racismo hacia “los negros”, como se les conoce, impera en cada rincón. Según Bachir, “hasta un niño pequeño puede insultarte y decirte ‘piel negra, kahala’ sin más opción que aceptarlo, si no quieres tener problemas”. En el taxi, por la calle, “el racismo es de las primeras cosas que percibes cuando llegas a Libia”, admite Daouda. Según cuenta, Gadafi es el máximo responsable de este hecho, puesto que “metió en la cabeza de los libios, que los africanos somos gente enferma, pobre y mal educada”.

El menosprecio y odio hacia los subsaharianos fomentado, en parte, por la actitud paternalista del coronel respecto el África negra, se recrudece tras el estallido de la guerra en febrero de 2011.

Fin del sueño libio: un retorno forzado

La estabilidad lograda a base de sacrificio de algunos ciudadanos subsaharianos y la precariedad de muchos otros se trunca a partir del 15 de febrero de 2011, cuando las primeras manifestaciones en Bengasi que reclaman más cuotas de libertad y reformas democráticas, finalizan con tres muertos y 38 heridos, iniciando así la guerra civil en Libia. En medio de un contexto internacional de revoluciones en Túnez y Egipto, las movilizaciones en la ciudad costera de Libia son convocadas bajo el lema “el día de la cólera”, provocando la ira del régimen y su consecuente represión que, finalmente, significará su caída.

En tan solo un mes, la actitud desafiante de Gadafi comporta la intervención militar de la OTAN, encabezada por Francia, Reino Unido y Estados Unidos, que supondrá el principio del fin de la estancia de miles de migrantes subsaharianos, forzados a huir del país, tras ser  señalados por los rebeldes como cómplices del régimen.

La acusación se fundamenta en una desconfianza alimentada durante décadas por un racismo arraigado de raíz socio-económica y cultural, pero también, como consecuencia de la estrategia de Gadafi de armar una milicia de ciudadanos subsaharianos para protegerse de posibles traiciones del Ejército regular hacia su persona. Según el periódico Le Parisien, a principios de marzo de 2011, más de 10.000 hombres y mujeres formaban parte de este grupo, captado desde una óptica pecuniaria para proteger al Gran Líder.

Con el inicio de la guerra, el coronel aprovecha la necesidad económica de muchos y el fervor que levanta entre otros, para incorporar a su causa a miles de subsaharianos que lucharán como mercenarios en contra de los rebeldes del Consejo Nacional de Transición (CNT). La proposición es tentadora, como admite Daouda, “1.000 dólares al día para unirte a ellos”. En su caso, los rechazó al tener consigo a su familia, pero de no ser así, admite que se hubiera alistado. “No sé si hubiera podido matar a alguien, pero creo que podría haber realizado otro tipo de tarea, en la cocina o donde fuera. No lo hubiera hecho por Gadafi, sino por mí, por el dinero”.

Los dos bandos en conflicto utilizan a los subsaharianos como chivo expiatorio de su disputa. De esta manera, “los negros” que sucumben a alistarse a las milicias progadafistas, son asediados y ven cercado su radio de acción. “Civiles con Kalashnikov te interrogan y te preguntan si sales a la calle. No podemos salir, pero el pequeño llora porqué no tiene leche. Salgo a buscar algo de comer, corriendo peligro de muerte y miro a izquierda y derecha para que no me vean. Las bombas siguen cayendo y estallan provocando un ruido  espantoso. Es entonces cuando decidimos que tenemos que volver, que no tenemos otra alternativa. Pensábamos que moriríamos allí”, relata Daouda, en relación a las semanas que pasó en Trípoli, antes de emprender el camino de regreso a Níger.

En Bengasi, miles de subsaharianos se ven forzados a abandonar la ciudad, tras un ultimátum de 48 horas lanzado por los rebeldes, pocos días después del comienzo del conflicto. La persecución del colectivo es flagrante y distintas organizaciones humanitarias denuncian los hechos, mientras la comunidad internacional exige el cumplimiento de la Convención de Ginebra para todos las personas capturadas por los rebeldes, bajo acusación de connivencia con el régimen.

“Tengo amigos que son acechados por la noche, atados mientras dormían. […] En Trípoli empiezan a pegar y a agredir a todos ‘los negros’, a interrogarlos en busca de mercenarios”, explica Bachir. Ante esta situación, la mayoría de migrantes deciden regresar a sus países de origen.

Más de un millón de ciudadanos subsaharianos abandonan Libia durante los primeros meses de la guerra, con las manos vacías, dejando todo lo que habían conseguido y, teniendo que soportar, en muchos casos, una nueva odisea de retorno a través del desierto. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima en 110.000 los nigerinos repatriados durante la crisis (96.721 por vía terrestre y 17.459 en avión), mientras el Gobierno de Níger los cifra en 267.000 en abril de 2012.

La primera vía de retorno a través del Sahara supone rehacer el trayecto de partida del primer viaje, en medio de constantes controles en la carretera y bombardeos puntuales, que incrementan la situación de vulnerabilidad de los migrantes.

“Te vigilan por todos sitios, te siguen. Si tienes un móvil, te lo quitan y te sacan la tarjeta […] Te registran las mochilas y todo lo poco que llevas”, explica Bachir. “Lo dejamos todo en Libia y sólo cogimos la ropa. Dejamos el dinero, las televisiones, el ordenador, todo. No teníamos otra opción”, asegura Daouda.

Durante el trayecto, los transportistas hacen negocio de la necesidad, doblando los precios del viaje y aprovechando al máximo el espacio potencial del vehículo. Una vez en Níger, a partir de Dirkou, la OIM se encarga del traslado de los más vulnerables hasta su localidad de origen.

En relación a la vía aérea, las repatriaciones son organizadas por la OIM a través de Túnez y Egipto. En el primer caso, los retornados se hacinan en campos de refugiados, como el de Choucha, situado a 7 km del puesto fronterizo de Ras Jedir y a 25 km de la ciudad tunecina de Ben Gardane, donde miles de subsaharianos aguardan su repatriación en condiciones humanitarias extremas. El desbordamiento de la capacidad de actuación de las organizaciones internacionales crea un clima de tensión entre los refugiados, deseosos de retornar lo antes posible. Para captar la atención de la OIM, el colectivo de nigerinos materializa distintas huelgas y manifestaciones, con el objetivo de denunciar lo que consideran “discriminaciones en las repatriaciones, puesto que se otorga más privilegios a los de Bangladesh y a los egipcios, que a nosotros”, asegura Daouda. Finalmente, consiguen su propósito y regresan a Niamey, capital de Níger, tras pasar por Túnez capital y coger un avión hacia Ougadougou (Burkina Faso), vía Casablanca (Marruecos).

La decepción se evidencia nada más bajar del avión en Niamey, cuando los retornados descubren que ninguna autoridad del Gobierno acude a recibirles, tal como se les había prometido. Empieza en este punto su nueva etapa vital, marcada por lo que consideran un abandono por parte de la Administración nigerina y el nulo reconocimiento a su contribución al país durante su estancia en el exterior. Se trata, por tanto, de un nuevo periodo dentro de su proceso migratorio, caracterizado por el retorno y señalado por un agravamiento de su circunstancia y por la lucha a favor de su reintegración social y laboral en su país de origen.

El retorno de miles de nigerinos contribuye a debilitar la ya de por sí frágil situación económica del país, identificado por crisis alimentarias recurrentes, consecuencia de duras condiciones meteorológicas; del neocolonialismo establecido ejercido básicamente por la ex metrópoli, Francia; y de la especulación en relación a los escasos productos existentes en el territorio.

En 2012, más de 5 millones de personas se encuentran en situación de inseguridad alimentaria, a causa de campañas agro-pastorales deficitarias; irregularidad en las lluvias; una mala situación fitosanitaria de los cultivos y el propio retorno de los migrantes de Libia y Costa de Marfil3.

Este regreso afecta desde una doble vertiente: el aumento de la presión alimentaria y la reducción de las remesas enviadas desde el exterior. El Banco Central de África del Oeste (BCEAO) estima en el 2% del PIB la importancia de las transferencias en 2008. Sin embargo, las cifras se adivinan superiores, teniendo en cuenta la gran cantidad de dinero circulando de forma informal, a través de intermediarios y fuera de compañías oficiales como Western Union o Money Gramm. El presidente del Comité Ad-hoc para los retornados, creado por el Gobierno específicamente para su reintegración, estipula las pérdidas totales derivadas de las remesas en 40.000 millones de FCFA (60 millones de euros), con especial énfasis en regiones como Tahoua, Zinder o Diffa, donde el retorno es más acentuado.

De esta manera, el aumento del número de personas a alimentar y la pérdida de ingresos de las familias, provoca un descenso del poder de compra, a la vez que los precios de los productos se disparan por la escasez en la oferta. Con todo esto, “más del 60 % de los hogares afectados por la bajada de las transferencias son pobres y las estrategias de venta de animales, de mano de obra y de crédito comunitario, podrían ser insuficientes”, según advierte la organización Fewsnet, en su estudio de agosto 2011.

A la precaria situación económica de las familias, se añade la dificultad de los retornados de encontrar trabajo, dada la informalidad del mercado laboral nigerino, las perspectivas poco alentadoras del mismo y la inadecuación de éste a la formación técnica adquirida por los migrantes en Libia. “No trabajo, no tengo nada. Dependo completamente de mi familia. He buscado diferentes marcas de camión con las que sé trabajar, pero aquí no están. No es nada fácil”, explica Abdelaziz, que trabajó como mecánico en Libia.

El mercado laboral nigerino cuenta con altos índices de paro –no se poseen datos actualizados– si tenemos en cuenta la crítica situación alimentaria a la que deben enfrentarse miles de familias. No obstante, la mayor parte de los retornados sobreviven realizando tareas puntuales no cualificadas, que les posibilitan el aprovisionamiento diario de alimentos para sus familias, aunque imposibilitan estrategias a medio/largo plazo, como el ahorro.

Con esta situación, los hombres retornados, jóvenes y capacitados, miembros de un sistema androcéntrico –práctica, consciente o no, de otorgar a los varones o al punto de vista masculino, una posición central en la propia visión del mundo– acaban sintiéndose culpables y fracasados en su proyecto vital al no cumplir con las expectativas creadas en torno a ellos. “Pasar de ser los garantes de la familia a ser dependientes, para mí eso es muy duro”, admite Irou, bajando la cabeza.

Además de la sensación de culpabilidad y vergüenza, los retornados conviven con el estrés característico de su condición de migrante, conocido como “síndrome de Ulises” y descubierto por el psiquiatra español Joseba Achotegui. Se trata de un síndrome provocado por situaciones de soledad, fracaso del proyecto migratorio o lucha por la supervivencia, que puede provocar signos de depresión, ansiedad, sensaciones de tristeza, culpa, insomnio o preocupaciones excesivas y recurrentes. “Existe sufrimiento, porque la familia está lejos, tienes nostalgia y te faltan muchas cosas”, admite Abdelaziz, en referencia a su estancia durante más de 8 años en Libia.

Por si esto fuera poco, la mayor parte de retornados después de la guerra, arrastran un estrés postraumático, provocado por distintos momentos vividos durante el conflicto y que pueden comportar síntomas de miedo, horror, persistencia del evento traumático y/o voluntad de evitar estímulos asociados al trauma. Es el caso de Abdelkarim, de 4 años, hijo de Fati y Daouda, que somatiza los episodios del conflicto, en una incapacidad real de socialización y un estancamiento de su evolución física y mental. “El pequeño tiene miedo aún, y me pregunta si aún están los policías fuera, si la guerra ha terminado […] Él ha cambiado mucho desde que vinimos. Siempre está enfermo y al principio de regresar, no quería ni comer”, explica su madre.

Algo parecido padecen los adultos retornados, con insomnio y/o medio a la posibilidad de revivir situaciones parecidas a las acontecidas en Libia. “Hasta ahora no puedo escuchar un avión venir, me molesta mucho y me recuerda las sensaciones de terror de Libia”, admite Daouda.

Ante la situación de vulnerabilidad económica, social y psicológica, un grupo cada día más numeroso de personas retornadas se moviliza pacíficamente a favor de la defensa de sus derechos y con el objetivo principal de reintegrarse en su país de origen.

Movilización de y para los repatriados

Desde el inicio de la vuelta, muchas y distintas organizaciones se movilizan para dar cobertura a las necesidades de circulación de los flujos de retorno. Tanto organizaciones humanitarias como instituciones locales e internacionales trabajan, desde un primer momento, para paliar y acompañar la repatriación de los subsaharianos de Libia. ONG internacionales como Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja o Cáritas son las más activas desde un punto de vista sanitario y alimentario, mientras organismos internacionales como OIM y Unicef, cuentan con un papel destacado en la coordinación, acompañamiento y gestión del transporte.

Por su parte, el Estado nigerino crea el Comité Ad-hoc para los retornados, compuesto por distintos ministerios y liderado por el director adjunto del Gabinete del primer ministro, destinado a “la acogida, el acompañamiento de los retornados a su localidad de origen y a la reinserción”. La movilización de 1.000 millones de FCFA para la reintegración de los recién regresados en 40 comunas de Níger, sin embargo, es insuficiente para atender las demandas de los miles de retornados vulnerables, según afirma el Colectivo de Retornados Nigerinos (CORNI).

Esta entidad, surgida a iniciativa de algunos retornados, lucha desde julio de 2011 por los derechos del colectivo de retornados y desde su creación denuncia lo que considera “un abandono” sistemático y un “incumplimiento manifiesto” de las promesas del Gobierno nigerino relativas a la reinserción.

CORNI, erigida en portavoz de los cerca de 270.000 retornados inscritos en los ayuntamientos, pretende sensibilizar a los potenciales migrantes sobre la dureza del fenómeno migratorio, a la vez que busca desarrollar proyectos para dar empleo a los retornados. Su principal argumento para reclamar un apoyo del Estado, se basa en la contribución, a través de las remesas, aportada durante su estancia en el exterior. “Nosotros, los repatriados, hemos contribuido considerablemente a nuestro país y, ahora que nos encontramos en una situación crítica, pedimos ayuda al Estado para que nos reintegre en la sociedad y podamos demostrar de que somos capaces. Dadnos materiales, terrenos para cultivar o cualquier cosa que nos permita desarrollarnos”, expone Irou, el portavoz de la organización.

Ante sus demandas, el Gobierno asegura que no dispone de presupuesto suficiente para invertir en la reinserción, a pesar que “CORNI tiene la convicción que el Estado cuenta con más dinero del que en realidad tiene”, admite el responsable del Comité Ad-hoc, M. Agali Abdelkader. El colectivo de retornados califica estas declaraciones de “mentira” y define la actitud del Comité de “arrogante, frustrante, negligente, ineficiente y corrupta”. Están convencidos que “entre los repatriados existen muchas experiencias que podrían ser provechosas para el país, pero que, sin embargo, el Estado se niega a escuchar”.

CORNI es una de las entidades beneficiadas por el proyecto RAVEL (Retorno Voluntario y Asistencia para la Reintegración de Migrantes) de la OIM, uno de los pocos programas que reservan un tramo a la reinserción. En el marco de una acción regional, anterior a la guerra en Libia, se proporciona apoyo al regreso voluntario de los migrantes y se financian microproyectos para grupos compuestos por 10 personas. La cantidad máxima otorgada puede ser de 4.500 FCFA por colectivo, una cifra insuficiente para los retornados, pero de la cual, ya se han beneficiado 850 personas, según la Representante de la OIM en Níger, Abibatou Wane.

A CORNI se le proporcionó un local en el barrio Poudrière de Niamey para prestar servicios de impresión, copistería y cibercafé, aunque en los últimos tiempos, “su actividad ha devenido militante y activista, una cuestión que se deberá tener en cuenta de cara al seguimiento que realiza el programa”, admite la máxima responsable de la OIM en el país.

La OIM también cuenta con otro proyecto de reinserción encuadrado dentro de un programa de lucha contra la migración clandestina, llamado Nigerimm. Con un presupuesto de más de 3 millones de euros, se trata del resultado de un acuerdo entre el Gobierno italiano de Silvio Berlusconi y el de Níger, que en julio 2012 había financiado 300 proyectos individuales destinados a poblaciones vulnerables. Es el caso de Fati, una de las favorecidas por la ayuda material (nunca monetaria) del proyecto, que obtuvo la posibilidad de desarrollar un negocio de refrescos, a partir de la compra de una nevera. Según nos explica, a día de hoy la empresa comporta beneficios, aunque “modestos” y “llegamos a satisfacer las necesidades de nuestro hijo, pudiendo ganar unos 30.000 FCFA por mes”. “La OIM me contactó al poco de registrarme en el ayuntamiento para decirme que había sido seleccionada y para preguntarme en qué se basaría mi proyecto”, relata Fati, mientras atiende a un grupo de niños que demandan agua fría bajo el calor asfixiante de Niamey.

Además de la OIM, organizaciones como HELP llevan a cabo proyectos específicos de  reinserción, aunque parecen insuficientes para dar cobertura al número total de retornados existentes en el país. La misma responsable de la OIM lo reconoce, asegurando que “sólo 5.000 migrantes” han sido favorecidos por sus proyectos, de los cientos de miles que conforman el colectivo en todo el Estado.

Conclusión

El déficit considerable de atención hacia la reintegración de miles de personas debería suponer una actuación más activa del Estado, si éste no quiere fomentar nuevos flujos migratorios de sus ciudadanos hacia el exterior.

La mayor parte de retornados desea quedarse en Níger si consigue la posibilidad de desarrollarse como persona y profesional. Sin embargo, si la Administración no materializa alguna acción en este sentido, y la precaria situación entre los retornados persiste, un gran número de personas se verán empujadas de nuevo a abandonar el país para mejorar su circunstancia.

Antes que esto suceda, CORNI amenaza con trasladar el conflicto a la calle y movilizar a todo el colectivo para presionar al Gobierno, consciente del peligro que puede suponer fomentar la inestabilidad social en un país ya de por sí fluctuante. “Nos dicen mentiras y no quieren escucharnos. Hacen promesas que no llegan jamás, así que tendremos que hacer algo para defender nuestros derechos”, afirman los máximos responsables de la entidad.

En sus críticas al Estado no están solos y otras organizaciones locales del ámbito de la migración, como GRASPI (Grupo de Reflexión y Acción para la Solución del Fenómeno de la Inmigración), miembro del Comité Interministerial encargado de elaborar la Política Migratoria Nacional y socio local de la OIM, afirma, a través de su coordinador, Yahaya, que “la actitud del Gobierno es frustrante, puesto que muchas de las promesas que hicieron no se han desarrollado”.

El conflicto desatado en el norte de Malí, como consecuencia directa de la salida de armas de Libia y la agudización del descontento endémico de los tuaregs hacia el Gobierno maliense, han socavado la causa de los retornados nigerinos a la última instancia de prioridades de la comunidad internacional, lo que ha comportado, por tanto, una falta de financiación considerable.

Consciente de ello, sin embargo, el Gobierno nigerino y los organismos internacionales de los que depende, debe ser consciente que no puede continuar ignorando las demandas continuas de un colectivo tan numeroso y clave para el desarrollo del país. Si esto sucediera, se podría encontrar con un incremento del descontento popular y, en consecuencia, un recrudecimiento considerable de su frágil situación política, económica y social, a la que se une actualmente las consecuencias de la crisis en Malí y las manifestaciones sociales derivadas del precio del combustible.

Notas

1 Según la OCDE, la migración sur-sur es superior a los movimientos norte-sur. La primera moviliza 74 millones de personas, mientras que la segunda, sólo 73,3 millones.
2 La teoría push and pull establece una relación causa efecto entre pobreza y migración y, por tanto, se trata de una concepción simplista basada en una concepción neoclásica de las migraciones considerándolas como un mero desequilibrio, en el cual el trabajo busca equiparar su renta, a través de los países (ARANGO, 2000).
3 Se estima que alrededor de 25.000 trabajadores nigerinos residentes en Costa de Marfil regresan tras la tensión militar vivida en el país después de las elecciones en 2010.

Referencias bibliográficas:

• ANTOINE, Aurélie, MOHAMED, Mariam, La Libye: passage d’un pays de destination à un  pays de transition pour les migrants de la corne de l’Afrique, Grenoble: Université Stendhal 3, 2012, 28 p.
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